La educación actual hace un alto énfasis en las materias académicas, enseñándoles a los niños ciencias y códigos de comportamiento, pero les enseñamos muy poco acerca de la vida. Los niños se convierten en jóvenes listos para ir a la universidad y escoger carreras que les permita acumular más dinero, y pareciera que la educación se reduce a eso: enseñar códigos de comportamiento y conceptos académicos. Y creemos que eso nos conducirá a la felicidad. Pero nos encontramos con una generación muy infeliz, porque ni la educación ni la felicidad podemos reducirla a un cumplimiento de pasos a seguir.

La educación es más que eso, es enseñar para la vida, es respetar el camino que cada alma tiene, es darle las herramientas necesarias para construir su entorno y construirse a ellos mismos “Educar significa enseñar a los niños cómo relacionarse consigo mismos y con los demás adecuadamente, para convertirse en seres humanos íntegros, completos.”[1]

Como padres debemos afirmar en nuestros hijos su identidad, pues de ahí se desprenden sus capacidades, responsabilidades y elecciones en la vida. Creo que esta frase “Yo soy, yo puedo, yo debo, yo escojo[2] resume muy bien estos cuatro elementos, que los llevarán a tener un compromiso con la sociedad.

Afirmar la identidad de nuestros hijos, valorar sus capacidades, enseñarles responsabilidades y respetar sus decisiones, nos servirán para moldear sus vidas de una manera integral. Moldeamos la mente, la voluntad, las emociones y las creencias de nuestros hijos. Cuando moldeamos educamos. Mario Satz dice que el niño “es elástico, flexible, polimorfo.”[3] Y por lo general está vacío de preconceptos, algo muy valioso para el aprendizaje. ¿Significa que nuestra labor de educar es llenar a nuestros hijos de conceptos?

Moldear no es lo mismo que llenar. Llenar es amaestrar. Cuando vemos a nuestros hijos como productos u objetos inertes tratamos solo de llenarlos como que fueran una caja vacía. Pero nuestros hijos son personas, con sus propios gustos talentos y habilidades. Debemos tratar a los niños como adultos,[4] pues aunque los veamos pequeñitos su alma ya está formada, y quizá si los escuchamos, nosotros como adultos podemos aprender más de ellos, que ellos de nosotros. Como padres o maestros nuestra labor es ayudarles a caminar el camino, su camino, dotándolos de herramientas que les serán útiles para recorrer ese sendero. Como dice Proverbios 22:6 “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (RVR 1960) cada niño tiene su propio camino y debemos respetarlo.

Cuando tratamos solo de “llenar” sus mentes, dándoles solo órdenes, volvemos a nuestros hijos inseguros, dependientes e inestables. A veces les enseñamos a obedecer por temor, o por imposición. Y los niños aprenden a decir sí o no sin entender por qué. O a comportarse bien solo cuando estamos presentes. Cuando llegan a jóvenes se enfrentan a situaciones más complejas y si ellos no tienen las herramientas necesarias para afrontarlas vivirán imitando a otros o tomando decisiones por compromiso. “Las órdenes son para amaestrar a los animales, no para educar a los seres humanos.”[5]

Nuestra labor es ser guías. No hacerlos nuestros clones. Nuestra labor es lograr que cada uno de nuestros hijos o estudiantes logren ser personas independientes, autodidactas, autónomas que den un aporte positivo para esta sociedad y logren alcanzar el propósito de sus vidas, llegando así a la felicidad. No siempre podremos estar al lado de ellos, no siempre podremos decirles qué escoger, o qué hacer. Pero sí podemos dotarlos de herramientas para que ellos mismos puedan enfrentarse a la vida. Llegará el tiempo en que ellos tendrán que escoger, ya no solo por cosas triviales como: qué color de camisa me pongo o si hago o no la tarea. Tendrán que tomar decisiones trascendentales.

Llegará el día en que se enfrentarán a la presión de grupo, a hacer lo correcto o no, a validar las creencia o valores que como padres o maestros les hemos enseñado y es ahí donde debemos confiar en que escogerán lo correcto. Pueda ser que se equivoquen, está bien, todos cometemos errores, lo importante es aprender de estos. Es difícil como padres ver sufrir a nuestros hijos, todos quisiéramos evitarles el mayor dolor posible, pero no podemos vivir la vida por ellos. Cuando lo hacemos, solo estamos retardando el aprendizaje y los volvemos miserables.

Debemos comprender que nuestra labor es educar, no amaestrar. Que nuestra labor es ayudarles a rectificar su alma para que puedan conectarse con Dios y los demás, guiarlos a que encuentren su camino y por ende la felicidad. La educación es más que solo tener conocimientos académicos, la verdadera educación nos eleva la conciencia por medio de la espiritualidad. Al comprender que las ciencias, una carrera o una profesión son importantes que nos servirán para llegar a una meta, pero estas no son un fin en sí mismas, solo medios, estaremos trascendiendo la educación. Por tanto, nuestras enseñanzas deben de ir encaminadas en hacer crecer integralmente al sujeto más que solo impulsarlo a que obtenga un diploma para ganar dinero.

El camino de la educación es mucho más complejo y difícil que el de adiestrar. Demanda esfuerzo, comprensión y paciencia[6] por parte de los padres y maestros. Quizá por eso muchos optan por adiestrar. Cuando adiestramos vemos resultados más rápido, niños “más disciplinados y obedientes” El peligro de esto, como advierte R. Arush, es que, en el camino, podemos perder al niño, “Es posible exhibir a los niños en el salón de la casa para que todas las visitas y los parientes exclamen con admiración: ‘¡Qué bien se comportan estos niños!’. El único problema es que en el camino perdemos al niño mismo, su alma, su vida, sus esperanzas… Y apenas pueda liberarse del yugo de sus adiestradores, lo hará a lo grande.”[7]  Cuando educamos creamos en los niños convicciones que con el tiempo no abandonarán, con una autoestima sana, amor, respeto y con ganas de vivir. Cuando educamos les damos una identidad, les damos seguridad en sus capacidades, les damos la responsabilidad de sus propias acciones y las herramientas para que tomen sus propias elecciones. Cuando educamos, nos terminamos educando a nosotros mismos.

 

  • [1] Laitman, Michael, Niños del Mañana, Guía para educar niños felices en el siglo XXI, pág.21, Laitman Kabbalah Publishers, Canadá 2007
  • [2] Mason, Charlotte, Home Education, pág. 330, Tsadek Enterprizes, 2010 traducción libre. Charlotte Mason fue una educadora y reformadora británica de finales del siglo XIX principios del siglo XX. Pese a no ser cabalista, Mason trató de reformar la educación de su época con interesantes planteamientos que se asemejan a la Cábala.
  • [3] Satz, Mario, Jesús el Nazareno Terapeuta y Kabalista, pág.69
  • [4] Laitman, Michael, Niños del Mañana, Guía para educar niños felices en el siglo XXI, pág.13, Laitman Kabbalah Publishers, Canadá 2007 Esta frase es una afirmación compleja, pues al decir que a los niños se les debe tratar como adultos, no me refiero a que deben dejar de ser niños y dejar de actuar como niños, ellos necesitan disfrutar de esta etapa sin ponerles más responsabilidad de la que su edad pueda llevar. Al decir que deben tratarse como adultos me refiero a su esencia, a que ya son personas completas.
  • [5] Ibid, pág.39
  • [6] Los sabios de Israel enseñan que nadie que se enoja o se llena de ira puede ser maestro o enseñar.
  • [7] Arush, Shalom, Eduacción con amor, ‘En El Jardín de la Educación” pág. 130, Jut shel Jesed, Israel, 2014